Casa-Museo Sorolla: Del jardÃn a la tela
En las primeras décadas del siglo XX, Joaquín Sorolla creó y plasmó en sus lienzos el color y la exuberancia floral de los jardines de su casa de Madrid, favorecida por la luz que entonces entraba a raudales. A 100 años de su muerte recordamos su legado.
Interior del pórtico de la fachada del actual Museo Sorolla, cien años después de la muerte del pintor. A la derecha, en un lienzo de 1918 en la que destaca el célebre rosal amarillo. La pintura pertenece al Museo Sorolla (Nº inv. 01140).Texto_ Eduardo Barba Gómez, jardinero paisajista e investigador botánico en obras de arte, autor de El jardín del Prado y El paraíso a pinceladas
En un diálogo fructífero, donde las palabras se ven sustituidas por las miradas y las caricias, Joaquín Sorolla estableció con su jardín un lenguaje propio y silencioso, como el que elabora cualquier jardinero con el espacio que cuida. Durante siete años, formó la base de un jardín que fue germen de tantas y tantas obras de arte, escenario principal de muchos de sus lienzos y decorado de otros muchos de sus retratos.
El primer jardín [imágenes 1 y 2, abajo], que recibe al visitante al entrar, sigue el ejemplo de los que vio en los Reales Alcázares de Sevilla. Allí, los setos bajos de boj (Buxus sempervirens) crean la urdimbre sobre la que crece la trama de los rosales (Rosa cv.) de pie alto. Gracias a su porte elevado, bajo ellos podían plantar flores de temporada, que completaban los colores de esta alfombra vegetal. El pintor adoraba la floración de los rosales, y la incluye una y otra vez en sus composiciones artísticas.
Herencia nazarí y detalles clásicos
El segundo jardín [imágenes 4 y 5, abajo] nos lleva a la Alhambra granadina, con una estructura inspirada en el patio de la Acequia. Aquí sobrevive uno de los arrayanes (Myrtus communis) plantados en época del artista. La simplicidad del espacio es solo aparente, ya que se añade una herencia italiana que se palpa en la columnata que lo flanquea. Para completar este guiño clásico, el pintor añadió algunas esculturas, una de ellas tan significativa como una copia moderna del fauno pompeyano, plena de un movimiento helicoidal muy hipnótico. En las pinturas de Sorolla, a los pies de esta divinidad lasciva, se intuyen los geranios (Pelargonium x hortorum) con sus inflorescencias rojas y rosadas [página izquierda, arriba], una planta que crecía profusamente en las macetas de terracota esparcidas por el jardín. Sorolla también cultivaba el popular geranio de hojas de hiedra (Pelargonium peltatum), más conocido como gitanilla, en sitios tan eminentes como en el arranque de las escaleras que conducen a su casa [imágenes 5 y 6, abajo].
El tercer jardín, más umbrío e íntimo, está cobijado por la copa de los árboles y a la vera de una apacible lámina de agua en la que brotaban nenúfares (Nymphaea cv.) y calas (Zantedeschia aethiopica). Era el lugar elegido para plantar las azaleas (Rhododendron cv.) y las camelias (Camellia japonica), también actrices en varias de las obras del artista, con sus tonos vibrantes. En cada rincón de su jardín, luz y color, que se desbordan con abundancia, para mojar la tela de sus cuadros, para saciar de belleza la mirada de Sorolla. Y la nuestra.
El célebre rosal trepador amarillo
En la fachada porticada de la casa de Sorolla y de Clotilde, su mujer, se perpetúa el amor de ambos hacia las rosas. Allí plantarían un vigoroso rosal trepador de flores amarillas [en la imagen de arriba], que pasaría a ser el favorito de Clotilde, creadora del Museo Sorolla. Ese nexo entre su mujer y sus flores permanecía incluso en la distancia, cuando Sorolla estaba de viaje. Entonces, el artista preguntaba a Clotilde si el rosal “había ya florecido”, como rememora la bisnieta del pintor, Blanca Pons-Sorolla. Ella misma narra cómo, cuando Sorolla falleció, ese rosal amarillo “enfermó, y tres años después, cuando murió Clotilde, el rosal también murió”. Hoy, en macetas a la entrada de la casa, se pueden admirar las delicadas y perfumadas rosas ‘Clotilde Sorolla’, de color amarillo albaricoque, obtenida por Matilde Ferrer, de la firma Viveros Francisco Ferrer. Ella misma relata que “la inspiración para crear esta variedad fue la mujer y musa de Sorolla, Clotilde, que aparece en un cuadro con un vestido negro con un cinturón y una rosa amarillo crema”. Rosas reales, rosas pintadas. Nada como ir al jardín de Sorolla y de Clotilde para comprobar dónde termina el cuadro y dónde comienza una rosa.
Más información sobre el autor:
Bibliografía indispensable:
• Enrique Varela Agüí: Los jardines de la casa de Sorolla. Biografía de una obra de arte. Madrid, Fundación Museo Sorolla, 2019.