El jardÃn paisajista de Stourhead: de la pintura, un jardÃn
Si “toda jardinería es pintura de paisajes”, como dejó dicho el poeta inglés Alexander Pope en 1734, el jardín de Stourhead lo es desde su primera fuente de inspiración: un óleo del pintor de paisajes romanos del siglo XVII Gaspard Dughet. El nombre de la obra, Paisaje clásico, y su temática, un sublime escenario natural con árboles magníficos que dejan ver a lo lejos un horizonte de campos, son el manifiesto que se expresa en esta Arcadia del sur de Inglaterra, creación personal de varias generaciones de banqueros con alma jardinera.
Stourhead a finales de mayo, cuando los rododendros en flor intercalan sus masas de color entre los distintos verdes del paisaje. Estas especies fueron introducidas a comienzos del siglo XIX. En lo alto, el templo de Apolo. Fotos: Anne FarrellyTexto_ Elita Acosta, directora editorial de Verde es Vida
Como quería Alexander Pope, en Stourhead el jardín es un paisaje. Un paisaje que se revela como los cuadros de una exposición mientras se recorren sus senderos. Cuadros de árboles magníficos. De infinitos verdes entre rododendros en flor en primavera; de dorados y cobres en otoño. Una ventana que se abre entre las copas para dejar ver a lo lejos un templo clásico en una ribera. Una gruta donde espera el dios del río y duerme una ninfa. Y por fin el escenario abierto y grandioso de un lago con templos clásicos en sus orillas y un puente palladiano tapizado de césped. Un paisaje de paisajes prefigurado en las pinturas de la campiña romana de Claudio de Lorena y Gaspard Dughet, del siglo XVII, tan apreciados por la clase alta inglesa del XVIII.
Un gentleman jardinero
Henry Hoare se ganaría el sobrenombre por sus bien escogidas colecciones de pintura —a la que pertenecía Paisaje clásico— y escultura y por ese jardín único y personal, reflejo de sus lecturas —Pope, Milton, Virgilio, Ovidio— y su amistad con arquitectos y artistas de su tiempo. Precisamente en la Eneida y las virtudes que el héroe Eneas pone a prueba en su largo periplo desde Troya hasta el Lacio —devoción por el deber y reverencia a los dioses— encontraría el sentido último del jardín: un viaje alegórico en torno a un lago, que crearía fusionando los estanques existentes y construyendo una presa para elevar el nivel del agua. En las colinas semidesnudas y el valle plantaría grupos de árboles, entre los que se intercalarían edificios y otros elementos que aportaran significado al sinuoso paseo a lo largo de las riberas, se lee en el libro Stourhead del National Trust.
Los trabajos comenzaron en 1744. Un equipo de 50 jardineros se ocupó de la plantación de una gran variedad de árboles caducifolios: hayas, robles, arces blancos (Acer pseudoplatanus), castaños, fresnos y alerces, y de hoja perenne: encinas, tejos, abetos y cedros. “Los verdes deben modularse en grandes masas, como las gamas en la pintura: poniendo en contraste las masas oscuras con las claras y aligerando cada masa oscura con pequeñas pinceladas de verdes más claros allí y aquí”, puntualizaba.
Los templos, la gruta y el puente
Su gran apoyo en la creación del jardín y especialmente en las construcciones fue el arquitecto Henry Flitcroft. De los tres templos clásicos de Stourhead, el primero que se levantó fue el de Flora (1745), diosa romana de la fertilidad, las flores y la primavera. A continuación, el Panteón (1753-54), con su pórtico de cuatro columnas corintias y su colección de esculturas y bajorrelieves, magnífica casa para el héroe moral Hércules, a cuyos célebres trabajos Henry asimilaba los propios en la City londinense.
No podía faltar un grotto, una rústica y húmeda gruta, aquí custodiada por la imponente estatua del dios Tíber —aquel que se le aparece a Eneas en un sueño profético—, que señala al visitante que ha de continuar su camino al Panteón. Su ninfa dormida también alude a la Eneida: la cueva de las ninfas de Cartago.
Antes de morir, Flitcroft diseñó otras dos construcciones: el puente de piedra sobre un pequeño brazo el lago —“Es simple y plano, tomado del puente de Palladio de Vicenza, de cinco arcos”, escribió Hoare—, y el templo circular de Apolo (1765), en lo alto de una colina, basado en uno romano de Baalbek, en Líbano. El escarpado camino que lleva hasta él bien vale el premio de las más bellas vistas del lago.
En el paisaje también hay, cómo no, guiños a la historia inglesa: una torre en honor a Alfredo el Grande y la gótica Cruz de Bristol.
Henry Hoare conseguiría crear en casi 50 años un idílico paisaje que no solo complacía a la vista, sino también al espíritu de quienes quisieran, como él, encontrar en las antiguas virtudes una guía moral para el presente. Su nieto y heredero, Richard Colt Hoare, se ocuparía con esmero del jardín. Hizo otra plantación masiva de árboles: arces, castaños de Indias, catalpas, abedules, espinos, acebos, tulíperos, liquidámbares, plátanos, cerezos, robinias, tilos y cipreses calvos, muchos de ellos especies exóticas a la moda del siglo XIX. Y creó un mar verde de laureles y rododendros al pie de las arboledas. Hombre interesado en los más diversos ámbitos del saber, Colt Hoare incluso fue un gran coleccionista de geranios (Pelargonium), de los que llegó a tener unas 600 variedades en el invernadero.
Stourhead pasó a manos del National Trust cuando los últimos propietarios se vieron sin herederos. Su único hijo, Henry Hoare, había muerto durante la I Guerra Mundial.
UN ESCENARIO DE CINE
El puente palladiano, pero sobre todo el templo de Apolo de Stourhead, con su magnífica panorámica de la parte más ancha del lago y sus pequeñas islas, sirvieron de escenario a una de las más románticas secuencias de cine: la (primera) declaración de amor de la película Orgullo y prejuicio, basada en la novela de Jane Austen y rodada en 2005. En ella, la protagonista, Elizabeth Bennet (Keira Knightley), corre por el puente bajo la lluvia y se refugia entre las columnas del templo, donde la alcanza Mr. Darcy (Matthew Macfadyen) para confesarle su amor de una forma que la ofende profundamente: “He luchado contra mi mejor juicio, las expectativas de mi familia, la inferioridad de su cuna por su rango y circunstancias...”. Ella le rechaza con hirientes palabras y él se marcha humillado.
En el puente palladiano también se rodó una escena de la célebre película Barry Lyndon, de Stanley Kubrick, en 1975. En ella se aprecia el césped que cubre la calzada y un lateral del templo de Flora en segundo plano.
Más información:
• Capability Brown: el ideal clásico hecho paisaje (Verde es vida nº80, hemeroteca online)