Por qué son tan importantes los riegos de implantación
Los riegos de implantación son determinantes para el éxito de una plantación puesto que su objetivo es asegurarle un buen arraigo, imprescindible para un crecimiento saludable. Se inician con un generoso aporte de agua en el momento de plantar, clave para que las raíces establezcan un buen contacto con la tierra, y continúan con los riegos sucesivos hasta conseguir que la planta se establezca.
Texto_ Gilberto Segovia, ingeniero técnico agrícola
Desde el momento en que se introduce una planta en la tierra comienza un proceso de adaptación a este nuevo entorno: la implantación. En este proceso es de enorme importancia la gestión del agua desde el primer riego, en el momento de plantar, hasta todos los aportes que sean necesarios a continuación hasta lograr que la planta arraigue de forma satisfactoria.
Las raíces de las plantas en contenedor se presentan confinadas en una reducida cantidad de sustrato, por lo tanto, una vez en el jardín, tendrán que extenderse y colonizar la tierra circundante para encontrar la humedad necesaria para sobrevivir. Las plantas a raíz desnuda o en cepellón habrán de realizar un mayor esfuerzo todavía, ya que además tendrán que reconstituir la masa radicular perdida. El objetivo de los riegos de implantación, por lo tanto, es favorecer un entorno óptimo para el arraigo y adaptación de las plantas a su lugar definitivo.
Para muchas de las herbáceas —en su enorme diversidad de anuales, bienales, vivaces— es imprescindible el riego al menos a lo largo de todo el primer año, entre ellas las plantas mediterráneas, que se suelen plantar en otoño para que lleguen ya establecidas al verano. En cuanto a las leñosas, el tiempo de establecimiento puede variar: hay arbustos que pueden tardar dos años en arraigar y entre entre dos y cinco años los árboles.
El riego de plantación
En el momento de plantar, el riego ha de ser generoso para que las raíces tomen contacto de forma óptima con el sustrato y desaparezcan las bolsas de aire que puedan haber quedado en su interior. Esta aportación inicial de agua es capital para el éxito de la plantación: suministra la humedad necesaria para que se inicie el enraizamiento y además procura una buena adherencia de las raíces al sustrato, aspecto clave para la absorción del agua y los nutrientes.
La cantidad de agua dependerá del tipo de suelo y de planta, pero tiene que garantizar que al menos empapa todo el perfil del terreno hasta la base de los cepellones, procurando la mayor profundidad, y evitar a la vez los encharcamientos, que podrían asfixiar las raíces. Antes de plantar es indispensable comprobar el tipo de suelo donde va a crecer la planta: tiene que permitir que las raíces se extiendan fácilmente. Si no se trabaja bien el suelo en profundidad, las raíces no penetrarán en él, o lo harán con gran dificultad y lentitud, con lo cual se reducirá mucho el volumen de tierra explorado y se generará una mayor dependencia del riego, que en consecuencia deberá ser más abundante y frecuente.
También es importante observar el cepellón antes de plantar, especialmente si se ha desarrollado dentro de un tiesto, donde las raíces tienden a dar vueltas en espiral por las paredes y el fondo. Conviene rascar un poco con los dedos la periferia del cepellón y, si hay espiralización, cortar los primeros centímetros de la base del cepellón y hacer entre tres y cuatro cortes verticales poco profundos en él para seccionar estas raíces enrolladas. El moño de raíces impide un desarrollo subterráneo adecuado, su capacidad de exploración de la tierra es menor y su funcionalidad, peor.
Los riegos siguientes
En las siguientes semanas tras el primer riego es obligado vigilar que las raíces dispongan de la suficiente humedad para no deshidratarse y morir. Si no llueve lo necesario será imprescindible regarlas. Ese seguimiento ha de ser constante hasta que la planta se pueda considerar establecida. Al inicio es esencial garantizar la humedad necesaria en la zona del cepellón. Dependerá de diversos factores, pero puede requerir riegos diarios, que con el paso de las semanas se han de distanciar en el tiempo. Normalmente, las plantas de flor deberían regarse los primeros días al amanecer y al anochecer; a las dos semanas, una vez al día, y al mes o mes y medio, unas tres o cuatro veces por semana. El riego de arbustos y árboles se puede iniciar con aportaciones cada dos o tres días; a la segunda o tercera semana valdría con un riego semanal o cada 15 días, y a partir del segundo año, un riego al mes en los periodos más demandantes.
Estas estimaciones pueden variar enormemente, por lo tanto es esencial asegurarse bien de las necesidades concretas de las plantas y llevar a cabo una observación rutinaria para actuar apenas se detecten síntomas como una ligera perdida de color o de brillo, follaje lacio, reducción del crecimiento, etcétera, sin olvidar que algunos de esos síntomas también pueden obedecer a un exceso de agua, lo cual resulta más peligroso que un poco de sed. En un jardín ya consolidado, hay que tener en cuenta además que las nuevas plantas serán mucho más demandantes que las que ya estén establecidas, aunque pertenezcan a la misma especie.
Cuánto y cómo regar
Los riegos de implantación han de ir espaciándose, pero deben ser profundos, es decir abundantes, para que el agua penetre hondamente en el suelo. Lo más eficiente es mediante varias aportaciones seguidas, haciendo pausas que permitan la infiltración. Si las plantas a regar son varias, o la superficie es amplia, conviene establecer una ruta de riego y repetirla por lo menos tres veces para asegurar que se humedece en profundidad. Los riegos largos y profundos obligan a las raíces a profundizar, vital en zonas donde las plantas enfrentan periodos de sequía. Si los riegos son cortos y continuos, solo desarrollarán una estructura más superficial y menos potente y por lo tanto más dependiente del riego en el futuro. Del mismo modo, se debe evitar el encharcamiento, que produce asfixia radicular y la aparición de hongos de pudrición, especialmente en verano en las plantas mediterráneas. No se debería regar mientras no se seque la capa superior de tierra.






